¿Trabajas arduamente, eres inteligente, pero tiendas a fallar? Quizá aplicas la procrastinación; la gente que sufre de esto, sabe las consecuencias de no cumplir, pero tienden al autosabotaje.
La desidia es, pues, una manifestación de la pereza, un defecto de la voluntad, carencia de fortaleza para enfrentar y acometer lo que debo de hacer. La procrastinación, en cambio, es una manifestación del autosabotaje. Es una promesa de fracaso, que la persona necesita cumplirse, fallando. Y por eso es más nociva.
Uno de los síntomas de la procrastinación está en los sentimientos de culpa que experimenta tras el retraso. Alguien proclive a esta actitud se siente culpable por no llegar, por no terminar, por no entregar las cosas, mientras que un desidioso no sufre por ello. El desidioso o perezoso, suele distraerse con actividades recreativas, y cuando se le conmina a entregar resultados, acepta que va retrasado. Quizá incluso se muestre sorprendido por ella, pues no contemplaba las consecuencias.
El procrastinador, en cambio, sufre mucho en cada ocasión, pues asume todos estos retrasos como fracasos personales, y es consciente desde el principio de las consecuencias negativas, pero aún así no logra realizar las tareas. Lo peor es que, a diferencia del perezoso, éste siempre está ocupado. Es sólo que orienta sus actividades de tal manera que al final logra "no lograr" los resultados. Por eso se trata de un autosabotaje.
¿Cómo resolverlo?
La desidia se resuelve con estrategias para el óptimo manejo del tiempo, con pequeños ejercicios de disciplina y, sobretodo, haciendo consciente a la persona de los beneficios y de los costos involucrados en la consecución de sus tareas. En cambio, para problemas de procrastinación, es necesario ir a las raíces de la personalidad: a la autoestima y a los paradigmas perniciosos que se ha formado la persona.
Las estrategias ordinarias de los procrastinadores son: los comportamientos compulsivos, el excesivo perfeccionismo, los mecanismos de defensa y la hostilidad. Quien padece de procrastinación es una persona inteligente. Incluso suelen ser catalogados como brillantes. Este concepto de los demás los vuelve extremadamente juiciosos sobre su propio desempeño, lo que genera cierta tendencia al perfeccionismo. Sin embargo, enfocarse demasiado en detalles impecables, puede provocar descuido en aspectos generales de la tarea. Decía el Gral. Patton: "Es mejor un plan bueno hoy, que uno perfecto mañana".
Al no enfrentar la tarea principal, adoptan comportamientos compulsivos y repetitivos (denominados "ritualísticos") en tareas menores que les hacen perder el tiempo en lugar de ocuparse en lo importante. Estas conductas compulsivas refieren a aspectos no relacionados con la actividad profesional, como dedicar tiempo excesivo a redes sociales o a actividades propias del trabajo pero que no están directamente relacionadas con la tarea: planeación interminable, pequeñas tareas sin importancia que se acumulan, o que podrían haberse delegado, tiempo excesivo dedicado a organizar información, ordenar la oficina, etc.
Mediante estos rituales, la persona siente que sí está trabajando, aún y cuando sabe que está posponiendo algo importante, y entran los mecanismos de defensa, como la racionalización, para justificar estas distracciones. Finalmente, la hostilidad hacia cualquier sugerencia o retroalimentación sobre su desempeño, hablan de un exceso de personalización en sus actividades. El ciclo se cierra cuando el individuo se acostumbra a sacar adelante las tareas en el último minuto, con cierto éxito, debido a su inteligencia, experiencia o capacidad. Esto último es lo más grave de la procrastinación: que se acostumbran a "salvar el día" con muy poco margen de maniobra. Es grave pues refuerza la conducta nociva y lleva al procrastinador a arriesgarse cada vez más, hasta que el fracaso es mayor.
Justo este último punto nos da la clave de entrada para comenzar a trabajar con la procrastinación: las personas que las padecen depositan un exagerado valor en las evaluaciones externas. Es decir, permiten que el resultado de sus actividades, sus éxitos y fracasos, definan quiénes son, en vez de verlas como lo que son: resultados externos. Una persona madura tiene un claro concepto sobre sí misma, sobre sus alcances y limitaciones. Entiende que a veces se triunfa y en otras no. Y que los fracasos son excelentes oportunidades para aprender y mejorar. Saben cuál es su valía y aceptan que pueden equivocarse, sin hacer que su autoestima dependa del resultado. El secreto está en aprender a darle valor a mi persona y contemplar el trabajo como un medio para ser mejor, y no como la definición de mi mismo.
*El autor es profesor de Factor Humano en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE), donde se especializa en temas de cambio en la vida profesional, estilos de mando, cultura organizacional y aprendizaje en la organización.
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