Publicado en el Diario el Comercio, 16.02.2016
- Es un error grave olvidar que el jefe representa a la empresa que compra mis servicios. Mi jefe es por lo tanto mi principal cliente, - me caiga bien o no, y como tal debo tratarlo siempre.
- No proponerme que mi jefe esté siempre contento con mi trabajo es un error estratégico. Su opinión sobre mí es vital para mi carrera: no solo será quien decida mis ascensos y promociones - o todo lo contrario - sino que será quien referirá mi trabajo por muchos años.
- Es un error sentirse aduladores por tratar activamente de que la relación con el jefe sea positiva, agradable y abierta. El jefe confiará más en nosotros si le resultamos personas eficientes y amables con las que simpatiza y trabaja sin problemas ni dramas.
- No esforzarnos por conocer a la persona que es el jefe es un error de omisión. Hacerlo en un almuerzo fuera de la oficina, por ejemplo, contribuye a generar un espacio para compartir sueños, metas y planes de futuros y de carrera - y saber cómo los suyos podrían o no impactar en los míos.
- Es un error no alinear con frecuencia los factores de éxito de mi posición con mi jefe. ¿Cómo sabré lo que espera de mi, de mi trabajo y de mis resultados si no se lo pregunto directa y frecuentemente?
- Es también un error no informar al jefe de mis contribuciones y aciertos con regularidad. Si no lo hacemos, ¿cómo va a saber qué hemos hecho o qué valor hemos agregado? Una lista de los logros, idealmente con cifras – y en privado por supuesto, hace maravillas!
- Juzgar dura o negativamente al jefe por sus errores, defectos o carácter olvidando que es tan humano como yo es un error que puede afectar el tono de nuestra relación y por tanto de mi carrera.
- Pero nada más grave que despreciar al jefe. El desprecio es imperdonable y muy ofensivo. Se siente en las actitudes, señales e incluso en las miradas. Despreciar al jefe es tornarlo en nuestro enemigo, lo que equivale a un "harakiri" profesional.
- Es una pésima idea hablar mal o criticar al jefe con terceros, aún éstos sean "mis íntimos". No sólo es una grave señal de deslealtad sino que es una acción frívola e irresponsable que pone en peligro mi puesto y mi carrera: los jefes siempre se enteran de lo que decimos de ellos.
- Olvidar que es de mi interés hacer brillar a mi jefe puede llevarme a perder la oportunidad de progresar con él: si el jefe nos percibe como claves en su propio éxito, progresaremos con él. Ayudarlo a ser exitoso en lo suyo es otra señal de nuestro profesionalismo.
- Es un error serio sufrir eternamente a un mal jefe: nos hunde y condena a la infelicidad profesional. Si el jefe es incorrecto o corrupto es vital tratar de encontrar otra posición o trabajo de inmediato.
- El jefe ideal no existe y todos son diferentes. A veces nos toca "enseñarles" a ser mejores jefes: no todos han sido entrenados en las habilidades de liderazgo. Darles en privado pautas claras de cómo guiarnos es una bendición que los jefes maduros tienden a valorar.
- Es un error grave olvidar que la relación de subordinación existe y por tanto el respeto a la autoridad y la cortesía en todas las situaciones sin excepción son claves, incluso si el jefe no es quien nos gustaría que fuera.
- Tratar de competir con el jefe o querer ganarle en todo es un error de ego que no nos lleva a nada y daña irremediablemente la relación. ¡Y mucho peor si lo hacemos notorio o en público!
Ines Temple
Presidente de LHH DBM Peru y LHH Chile
Lima, 16 de febrero 2016
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