Entrega número 13: escribir es jodido

 

Pase a Caparrós:

Llegó a cifra fatídica del blog, mi entrega 13 constata lo anunciado: México quedó fuera del Mundial. Recibimos tres goles con los surtidos efectos que concede el destino: uno en fuera de lugar, otro por un regalo de Osorio, defensa que debería comer churrascos gratis por el resto de su vida, y otro por cortesía de un monstruo en su jugo: Tévez lanzó una endiablada maravilla.

Además, pudimos comprobar que 110 millones de mexicanos no estábamos equivocados: el Chicharito Javier Hernández cuajó un gol de bandera. El favorito no defraudó a los suyos.

Esta mañana mi madre llegó a la casa con una frase dramática: "Ya lloré la derrota". Acababa de leer los desastres nacionales en la revista Proceso, donde yo colaboro. No sólo se refería a la derrota inminente, sino a un país vencido plurales desastres. El humor de la Mamá Grande no impidió que nos pintáramos la cara con los colores de la nación ni que nos dedicáramos a la muy cotidiana tarea de aguardar un milagro.

Mientras tú recorrías aldeas sin luz, donde Internet es una opción mística, nosotros recurríamos al remedio local de enfrentar el drama en colectividad. Mi hermana llegó de Guadalajara (patria chica del Chicharito) con esta explicación para sus ropas multicolores: "Vengo vestida como Jorge Campos". Se refería al arquero mexicano que convirtió el chachachá en asunto textil y protegió nuestra portería en Estados Unidos '94 y Francia '98. Nos juntamos para combatir la desgracia con el prodigio de la vida en común (tan latosa en otros momentos, tan decisiva en los cataclismos). Lo que más celebramos fue el momento en que uno de los disparos del estupendo Salcido cayó en las tribunas para ser atrapado por un espectador de sombrero extragrande. Imagino la vida de ese hombre, posible dueño de un expendio de buenos tamales, que sacrificó sus ahorros para ir a Sudáfrica y se hizo del Jabulani con el estilo que sólo da la pasión.

Aprecio que me hayas mandado un "pase lateral" en tu último texto, demostración de que los argentinos se vuelven mexicanos por cariño. Sí, querido Martín, refrendamos nuestra capacidad de mandar pases pequeños, pero también intentamos algo que no funcionó.

¿En qué momento se jodió México? Desde mucho antes del partido. Salimos al campo como sombras imaginadas por Rulfo.

Ahora sobrevendrá otro vicio nacional: el linchamiento del entrenador, que sin duda cometió errores, pero logró la clasificación para México cuando parecía imposible. Su "pecado" mayor fue dejar al equipo donde está desde hace cinco Mundiales. La normalidad como crimen. Se debía esperar algo más, desde luego, pero la culpa no es sólo suya.

Ayer el Vasco dio una extraña conferencia de prensa, con una gorra de beisbolista sumida en la frente. No se le podían ver los ojos. Habló en un tono de hartazgo e insatisfacción terminales. Parecía un hombre sometido al calvario de tener que despertar de madrugada para ser fusilado. El sacrificio, ya lo sabemos, es descortés.

Hoy fue un día negro para los árbitros, que alguna vez tuvieron la congruencia de vestirse de ese color. El uruguayo que pitó el Alemania - Inglaterra se comió una anotación que no compensa al "gol fantasma" de Wembley en 1966. Inglaterra no había visto una estafa así desde el Gran Robo del Tren. El futbol es por naturaleza injusto, pero en este caso la única tecnología que se necesitaba para apreciar lo sucedido eran dos ojos. Sin acudir a los artilugios de la repetición instantánea, sabíamos que la pelota había caído dentro de la portería para rebotar en la parte interior del travesaño. Dos veces el gol estuvo en la cabaña alemana.

Los errores de los árbitros suelen ser de otro tipo y depender del criterio (o más bien de su ausencia). Se necesitan combinaciones muy raras para que el árbitro y el asistente se cieguen de ese modo. Es cierto que Alemania anotó dos goles más, pero la sopa inglesa ya tenía arsénico.

La jurisprudencia en las canchas se parece a la de los tribunales mexicanos. La paradoja es la siguiente: nuestra única oportunidad de que un mexicano esté en la final depende de un juez. Marco Antonio Rodríguez, a quien la devoción popular llama Chiquidrácula, por su parecido con un cómico de la televisión que sería olvidable de no ser por este silbante, carece de posibilidades porque le gusta sobresalir en el arte de mostrar tarjetas rojas y dejó a Chile con diez hombres cuando perdía 0-2 (en ese momento, una tarjeta amarilla hubiera sido suficiente castigo). Nos queda Armando Archundia, que atendió uno de los partidos más pateados del cotejo: Brasil-Portugal. Los brasileños han militarizado la samba y organizan el mundo desde la defensa. Son recios, pero no necesariamente asquerosos. Lucio, el mejor defensa central del campeonato, jugó dos partidos y medio sin cometer una falta. Este genio del Inter conoce la legalidad de la reciedumbre. No se puede decir lo mismo de su paisano Luis Felipe, y mucho menos de la selección portuguesa, la más cuchillera del torneo. Sus jugadores parecen modelos de Armani o miembros de la Mara Salvatrucha o una combinación de ambos excesos. Patean con carisma y buscan las espinillas sin dejar de salir bien en las fotos. Ese encuentro parecía la guerra, pero Archundia lo controló. Mi única duda de que llegue a la final es que en Sudáfrica también silba un talentoso japonés, es decir, un miembro de otro país "neutral". En eso nos hemos convertido. Las armas ya no son para nosotros.

Aguirre será ultrajado por los propagandistas que ensalzaban la gloria de México con el patriotero afán de vender pan integral, cerveza y coches en nombre de la patria. Recuerdo al Vasco en la conferencia de ayer, imagino la mirada que no pudimos verle, escucho las frases evasivas de quien recita La visión de los vencidos, máximo compendio del mundo mexica.

La derrota, como tantas veces, fue nuestra. Las caras de mi familia siguieron pintadas hasta que los colores de la bandera se desdibujaron con los besos de despedida y el llanto de mi madre, que volvió a acordarse de lo que había leído en Proceso. O tal vez sólo se borraron por el cansancio que el rojo, el blanco y el verde sienten cuando están las caras de las personas.

Mi hijo de 18 años era el único que no quería pintarrajearse. "Hazlo por el próximo Mundial, que es el de tu generación", le dije. ¿Es esto pedagogía o sentimentalismo?

Sólo sé que dentro de cuatro años el Chicharito volverá a jugar, bajo el sol de Brasil. Si está ahí, estaremos todos.

¡Que el número 13 se vaya a la mierda! Mañana será otro día. Ganó el mejor. Algunos derrotados buscaron a Messi para pedirle la camiseta.

Yo quiero la de Caparrós.

- Juan Villoro

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