DOROTEO

 

Se aproximó a nosotros con tanto sigilo que no me enteré por cual flanco llegó. Acabamos de salir de un servicio religioso conmemorativo al primer aniversario de la muerte de una tía. La familia convivía a las afueras de la iglesia tratando de actualizarnos en todos aquellos de temas de familia y de la cual no veíamos en mucho tiempo.

Se acercó y nos pidió ayuda.

Un morral y una muleta lo acompañaban en ese andar por solicitar ayuda económica. Le pregunté que le había pasado. Tarde vi que el motivo de la muleta era la ausencia de una de sus extremidades, la izquierda. Con un entusiasmo poco común por su condición, me confió que se accidentó. Qué había caído a las ruedas del ferrocarril. En su afán de lograr una nueva vida, se aventuró al camino ya recorrido por muchos de nuestros paisanos: la aventura del sueño americano.

Con lujo de detalles me explicó que había tomado la decisión de salir de su pueblo en la Huasteca Potosina y tomar, por asalto como lo hacen muchos paisanos y centroamericanos, el tren que los llevaría a la frontera de nuestro país con la Unión Americana.

"Todo iba bien", me dijo, "hasta que llegamos a Sonora. Ahí, sin saber cómo, perdí el equilibrio y caí en las vías. Desperté en el hospital sin recordar nada. Solo supe que me habían cortado una pierna para salvarme la vida".

"Acabo de llegar a la ciudad", me explicó. "Estuve más de tres meses en el hospital y no tuve más remedio que regresar a mi tierra. Pero no quiero llegar a casa. No quiero que mi mamá se entere de mi accidente".

"¿No se lo has dicho?", le pregunté.

"Ya hablé con ella pero no le dije en qué condiciones estaba. Simplemente le dije que tuve un accidente y que tengo que regresarme a casa", me contestó.

"Ahora me estoy recuperando. Voy todos los días a la Cruz Roja para que me revisen las curaciones. Me cobran 40 pesos por consulta y ya casi estoy listo para que me den de alta. Tengo un tío que vive en la ciudad y me deja bañarme en su casa, pero no me puedo quedar con él. Así que ando pidiendo limosna para las curaciones y poder comer algo en algún albergue que me encuentre", continuó su relato.

Mi interés por su situación fue cobrando mayor relevancia por la forma en que se expresaba. Sus ojos no reflejaban tristeza, nostalgia o enojo. Al contrario, su entusiasmo contagiaba ya que su relato, aunque triste y desgarrador, no era el de una persona que estuviera quejándose de su experiencia. Sus ojos eran una luz de "No importa. Me pasó, pero tengo vida por delante".

"¿Cómo te llamas?", seguí en la conversación.

"Doroteo. Hablo español y dos lenguas indígenas de la región Huasteca", me dijo entusiasmado por el interés que mostré de conocerlo.

"Estoy preparándome para regresar a mi pueblo", continuó. "Aunque no se qué voy a hacer ya que ahora no podré preparar la tierra con esta pierna que me falta. Pero ya estoy pensando en la forma de conseguir una prótesis. Me dicen en la Cruz Roja, que puedo solicitar una y que podría volver a caminar de manera normal. Ahora estoy pensando la forma de regresar a casa para que mi mamá me vea. No sé si me espere a tener la prótesis para presentarme caminando sin muletas".

"Lo que sí quiero, es comenzar a trabajar", me confió como si eso fuera realidad en el futuro inmediato.

"Sigo soñando el accidente", me dijo y por primera vez en la charla, su cara reflejó tristeza y emoción.

"Me veo cayendo del tren y luego me pregunto porque me pasó eso. Me pongo a pensar que mejor me hubiera quedado en casa, trabajando mis tierras, en lugar de haber tomado el tren para la frontera. Mi sueño es seguido. Casi todos los días sueño el accidente".

Mientras me relataba su pesar, no dejaba de pensar cuanta gente vive este viacrucis de buscar una nueva vida en otro lugar, en otra tierra, en otro país. Pensaba en lo que estas personas tienen que vivir, por el simple hecho de no tener oportunidades en su propia tierra. Algunos de ellos lograrán el propósito con el que inician una aventura como esta. Otros, como Doroteo, no solo no lo logran sino que, por poco, les cuesta la vida. ¿Qué país merecen estas personas? ¿Qué estamos haciendo mal?

Doroteo continúo platicando con nosotros – mi esposa y mi hija me acompañaban – por espacio de unos minutos más. Su plática era como la de los amigos que se encuentran y que les da gusto saludarse y actualizarse. Fueron pocos minutos como para explicar qué conocía a Doroteo de toda la vida. Pero su sinceridad y transparencia hizo el momento como si fuéramos ese tipo de amigos, los de toda la vida.

No pude evitar pensar en toda aquella gente que he conocido y que, gracias a muchas circunstancias, tienen educación – me refiero a la escolar - , un buen trabajo, un buen sueldo y otras cosas que listaríamos en más de una página. Esa gente que no tiene el entusiasmo y las ganas de vivir de Doroteo. Esa gente que se queja de todo lo que le acontece a su alrededor y que no hace nada para remediarlo, como lo trata de hacer Doroteo. Esa gente que va a trabajar y que no trabaja, mientras que Doroteo se desbordaba en encontrar rápido un trabajo para ser útil, aún sin una pierna.

Me agradeció la ayuda económica que le brindé. Nada del otro mundo, pero suficiente para pagar algunas consultas en la Cruz Roja y algunas comidas en el albergue. Pero su agradecimiento más sentido fue por el hecho de haber platicado con él.

Al despedirme de él, me ofreció su mano derecha. Con dificultad para no perder el equilibrio de la muleta, me ofreció una mano que no se podía estrechar. El accidente le había cobrado también la vida a su brazo y mano derecha: estaban marchitas, sin movimiento.

"Esto de la mano no me preocupa", me dijo con la misma alegría de su relato. "En algún momento se me va a poner bien. Lo de la pierna es lo que me preocupa".

 

 

Se alejó de nuestra presencia de la misma manera que llegó. Mientras se retiraba, mis ojos se llenaron de lágrimas por el hecho de haber conocido a un ser humano en desgracia física, pero con un alma y un corazón lleno de entusiasmo por la vida y con una preocupación real por ser alguien de provecho. Por un ser humano que se preocupaba por la salud de su madre al no explicarle su condición y planear presentarse ante ella como si nada hubiera pasado.

Conversé con mi hija adolescente sobre la presencia de Doroteo. Aproveché para decirle que Doroteo era un claro ejemplo de alguien que no había tenido las oportunidades que teníamos nosotros y la forma en que encaraba la vida, aún en la desgracia. Ejemplos como estos, son más valiosos que las palabras de los padres en la educación de los hijos.

 

Giré a mi espalda y vi el atrio del templo. Por unos segundos pensé lo que muy probablemente había sucedido: Dios nos había enviado ese ser de luz para que lo conociéramos y aquilatáramos lo que tenemos.

 

"Gracias a ti Doroteo", pensé. "La ayuda me la brindaste tú".

 

Y pensar que Doroteo sólo tiene 18 años.

 

 

Por Víctor M. Rodríguez G.

Octubre, 2011

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