A LOS NIÑOS TRAVIESOS, ¿SI LES TRAE SANTA?

 

Cuento escrito por Víctor M. Rodríguez G.

 

Daniel es el menor de tres hermanos. Cuando nació, sus padres desearon que fuera más tranquilo que sus otros dos hermanos.

"Ojalá que no sea tan travieso como sus hermanos", pensaron.

Pero como si fuera premonición, le llamaron Daniel, como el más famoso de los traviesos: "Daniel, el Travieso".

No bien empezó a caminar, iniciaron sus travesuras. Inquieto como el que más, Daniel empezó a distinguirse como un niño hiperactivo, curioso y travieso. No todas sus travesuras llevaban maldad, pero como fue conociendo más de este mundo, sus travesuras fueron subiendo de intensidad.

Tanto sus hermanos como sus primos, pronto descubrieron en Daniel un enemigo a vencer en el tema de las travesuras. Su mayor intensidad para cualquier actividad que emprendiera, dejaba cansados y con pocas ganas de seguir jugando, a cualquiera de sus hermanos o primos. Así, poco a poco fue ganándose la fama de un verdadero campeón en las travesuras.

Qué si ya brincó en la cama y empujó, accidentalmente, a un primo que se cayó y se lastimó. Qué si ya rompió el juguete nuevo del hermano. Qué si ya se comió los dulces de todos en la fiesta. Qué si ya escondió algo de importancia de su mamá. Qué si no deja de gritar y correr en toda la casa, a todas horas. Qué si no hacía las actividades que la Miss le encargaba en la escuela.

En fin, Daniel era la viva imagen del tan famoso, Daniel el Travieso.

En víspera de una Navidad, las travesuras de Daniel fueron más frecuentes al grado que todos en su familia, comenzaron la tradicional amenaza:

"!Daniel¡, pórtate bien que no te traerá juguetes Santa", le decían al unísono sus tíos y primos.

"Daniel: sólo Santa le trae juguetes a los que se portan bien", se escuchaba por parte de los amigos de escuela.

"!Danieeeeeeel¡, le gritaban sus padres y abuelos.

En tantas ocasiones escuchó Daniel que debía portarse bien que, un día, se acercó a su mamá y le preguntó:

"Mamá, ¿es cierto que a los niños traviesos, Santa no les traerá juguetes en esta Navidad?", sollozó de manera inocente, reflejando en su cara la mezcla de bebé y niño que aún era.

"¿No me va a traer nada Santa?", preguntó, entendiendo que sus travesuras eran ya del grado tal que Santa lo pudiera clasificar como un niño problema.

Su mamá no pudo contestarle. Sabía – ¡qué madre no sabe lo que son sus hijos! – qué Daniel era una calamidad, pero a la vez, escondía una ternura propia de la etapa en la que los niños son una bendición para los padres, aún con sus travesuras.

Pasaron algunos días y Daniel se veía triste. Tantos regaños no pudieron hacerle mella en su forma de ser tan traviesa, como el hecho de que todos le decían que Santa no lo consideraría en su recorrido navideño y no le dejaría nada al pie del árbol.

Un día, como surgido de un película de Disney, se empezó a difundir, a nivel nacional, una convocatoria para encontrar al niño más travieso del país. Todos los familiares de Daniel, al ver la convocatoria, casi al mismo tiempo, gritaron el nombre de Daniel pensando en inscribirlo en el concurso. Tal fue la algarabía que los gritos se escucharon hasta la casa de Daniel.

A los papás de Daniel nos les pareció la idea: "Daniel si es travieso, pero no para que lo difundamos a nivel nacional", reflexionaron.  "Además, ¿qué pruebas o requerimientos se necesitarían para inscribir a un niño y definir que es travieso o no?", pensaron.

"No, ¡definitivamente no!", convinieron.

Conforme fueron pasando los días, los detalles de la convocatoria fueron descubriéndose. Pero hubo un detalle que llamó la atención de todos: el concurso se realizaría en el Polo Norte.

La audiencia sacó rápidamente la conclusión de que, al ser época Navideña, de que el concurso se efectuaría en el Polo Norte, de que hablara de travesuras y no de buenas obras, que se trataba algo relacionado con Santa.

"Mamá, ¿es verdad que Santa está convocando a niños traviesos?", preguntó Daniel cuando se enteró lo que se platicaba en las calles, en su escuela. "¿Yo soy travieso?, ¿puedo ir?", inquirió. "Quiero conocer a Santa, ¿puedo?", exigió.

Hasta ese momento, los padres de Daniel pensaron en la posibilidad de que pudiera ser un buen candidato para el concurso convocado. La idea de que fuera el propio Santa quien convocara al concurso, les hizo albergar esperanzas para que Daniel, quien había estado preocupado por saber si Santa pasaría por su casa para dejarle un regalo, pudiera conocerlo en persona y, además, fuera un buen contendiente al premio. Además, todo mundo sabía que Daniel era un travieso sin remedio.

Daniel fue inscrito al concurso y una mañana pasaron por él unos hombres vestidos como enanitos de Santa, para llevarlo a la dirección que indicaba se llevaría a cabo el concurso: el Polo Norte.

Daniel realizó el viaje al Polo Norte, con los ojos más abiertos que nunca. Más abiertos como cuando uno se propone aprender algo, para luego convertirlo en una travesura.

Daniel llegó a la dirección guidado por aquellos hombres vestidos como enanitos de Santa – nunca se dio cuenta que en verdad eran los enanitos de Santa –

Cuando llegó se dio cuenta que no había más niños. Sólo él. "Ya llegarán los otros", pensó. Como nadie salió a recibirlo, comenzó a caminar por los pasillos de la gran casa en la que estaba. No bien abrió una puerta, observó un gran taller lleno de vida, de trabajo, de juguetes, de luz y de globos. ¡Era el taller de Santa¡

Pronto corrió a ver lo que estaban haciendo los ayudantes de Santa. Rápido tomó un juguete de la línea de producción y lo puso en el piso para jugar con este. Como estaba inconclusa su fabricación, las piezas del juguete salieron desensambladas por todos lados.

"¿Qué has hecho?, ¡rompiste el juguete!", se oyó la voz de un capataz enano de la línea de producción.

"No, así estaba", respondió Daniel, ya acostumbrado a escuchar los gritos de sus primos, hermanos, tíos, papás y abuelos. Y para evitar mayores conflictos, corrió en dirección a otra línea de ensamble.

En otra habitación y viendo las acciones del taller, se encontraba Santa, contemplando la escena de Daniel con el capataz.

"Jo, jo, jo, jo, jo. !Qué travieso es Daniel!" , rio Santa a rienda suelta.

"¿Puedo tomar uno?" – señalando a un coche bomba despachador de gasolina de juguete que se estaba ensamblando en ese momento – preguntó Daniel al ayudante de Santa con colores multicolores.

"!No, y aléjate del lugar¡", le respondió el tan colorido personaje.

"Pero si son juguetes para niños como yo", inocentemente comentó Daniel al enanito con pantalones de chupirul. "Yo lo puedo probar para ver si sirve", Daniel le explicó al enanin.

"!Noooooo¡, he dicho".

Daniel no tuvo más remedio que retirarse del lugar.

Y mientras tanto, Santa exclamaba:

"Jo, jo, jo, jo, jo. !Qué travieso es Daniel!"

Un pasillo angosto condujo a Daniel a otra sala en donde se ensamblaban muñecas.

"A esas no las quiero. Son para niñas", pensó Daniel para sus adentros.

Aún así, tomó algunas de ellas y les quitó el cabello que tan delicadamente le habían colocado los ayudantes de Santa. Al llegar a la línea de empaque, uno de los enanitos trabajadores, observó el defecto en las muñecas y prendió la alarma de detención de la línea de ensamble.

"Alerta todos, alerta. Las muñecas tienen un defecto", gritaba como si en ese le fuera la vida.

Todos los enanitos de la línea acudieron a ver el defecto. "Pero si yo si les coloqué el pelo. No entiendo que pudo haber pasado", declamaba un enanito de grandes gafas. "Algo pasó que no nos dimos cuenta", exclamó el capataz de la línea.

"Recorran toda la línea para investigar que pudo haber pasado", ordenó el capataz a todos los enanitos ensambladores de muñecas.

No tardaron en encontrar a Daniel con las evidencias del pelo de las muñecas.

"¿Quién eres tú?, preguntó el enanito de las enormes gafas.

"Soy Daniel. Vine al concurso de traviesos", contestó apenado.

"Pues lo haces muy bien. No eres travieso, eres muy malo. Sin duda ganarás el concurso", dijo el capataz enojado por el acto realizado por Daniel.

"Yo no sé que estaba pensando el Jefe – Santa – cuando se le ocurrió lo del concurso", reclamó alejándose de Daniel.

Y mientras tanto, Santa exclamaba:

"Jo, jo, jo, jo, jo. !Qué travieso es Daniel!"

No había pasado más de un día desde que Daniel había dejado a sus padres para asistir al concurso. Pero ellos ya lo extrañaban. "¿Qué estará haciendo en este momento?", se preguntaban. Al mismo tiempo, sus dos hermanos estaban en su cuarto, tristes, esperando que en cualquier momento Daniel apareciera frente a ellos para empezar el juego de "luchitas" que tanto les gustaba pero, a la vez, odiaban porque Daniel los vencía por cansancio, más que por la fuerza.

"Te queremos Daniel y queremos que ya regreses", sollozaban.

En casa de los abuelos, los primos y los tíos comentaba el descanso que sentían al no contar con Daniel rondando por la casa. "La casa se siente tranquila sin Daniel", comentaban.

 

Mientras tanto, en la dirección del Polo Norte, Daniel no entendía porque sólo él había acudido al llamado de la convocatoria. "¿En donde están todos?, ¿En dónde está Santa?", se preguntaba al entender que ya habían pasado dos días sin noticias de nadie diferente a los ayudantes de Santa en el taller.

A la hora de la comida, dos enanitos muy elegantes lo condujeron a un salón grande en donde sólo existía una mesa y una silla. Ahí, se le sirvió la comida. Daniel, que por su constante inquietud y travesuras, rara vez terminaba un platillo a la hora de los alimentos, comió tranquilo y en paz ese día, todo lo que le sirvieron. Pronto, el alimento le generó energía y comenzó a buscar en que entretenerse. El salón era grande y sólo una puerta se observaba en las cercanías.

"¿A dónde conducirá esa puerta?", se imaginó Daniel al tiempo que se acercaba a ella. De un golpe la abrió y se encontró con un pasillo obscuro que se dirigía a un lugar que no estaba claro. Daniel, como todo aventurero, caminó por el pasillo y solo volteó cuando la puerta se cerró de un gran golpe.

Por más de diez minutos caminó por ese sendero en plena oscuridad. Su espíritu inquieto no le dejó sentir miedo en los primeros minutos. Pero al ver que el camino no se terminaba, el miedo se apoderó de él. "¿A dónde me llevará este pasillo?"

En la casa de Daniel, su mamá sintió un vuelco en el estómago. "Algo le pasa a Daniel", sintió la mamá con aquél sexto sentido que las madres tienen. "Tenemos que ir a buscarlo", le demandó a su marido. "Cálmate mujer. Imagínate lo que ha de estar viviendo Daniel en la casa de Santa. Qué niño no quisiera estar en la casa de Santa", le dijo tratando de tranquilizar a la madre. Aunque a él le pasaba por la mente el mismo sentimiento de que Daniel estaba en problemas.

Daniel, finalmente, se cansó de tanto caminar. Se sentó esperando recobrar fuerzas para continuar. Por un momento pensó en regresar, pero pensó que debería estar más cerca de la salida que de donde provenía.

Y mientras tanto, Santa exclamaba:

"Jo, jo, jo, jo, jo. !Qué travieso es Daniel!"

Pronto, el sueño venció a Daniel y se quedó dormido. Si bien Santa podía ver todo lo que había realizado Daniel en el pasadizo, ninguno de los ayudantes de Santa conocía el paradero de Daniel.

Así que, cuando lo fueron a buscar al gran salón en donde se le sirvieron los alimentos, se percataron que ya no estaba. Presurosos, comenzaron a buscarlo por todos lados del salón. Al tratar de abrir la puerta por la que Daniel se había deslizado al pasadizo, se dieron cuenta que ésta no abría. El fuerte golpe con el que se había cerrado la puerta, la había atrancado de tal manera que ningún enanito, ni en forma de grupo, pudo abrirla.

"Por aquí no pasó. La puerta está bien cerrada y no existe manera de que Daniel pudiera abrirla", concluyeron.

Entonces emprendieron la búsqueda por todos los talleres esperando encontrarlo. Su preocupación fue en aumento conforme iban revisando todas las salas, todos los talleres, todos los recovecos.

 

Finalmente, decidieron dar aviso al Jefe.

"Santa, Daniel, el niño travieso que vino a lo del concurso, ha desaparecido", le informaron al señor de gran barba y panza.

"¿Quién?", preguntó osco el gran barrigón de pelo y barba blanca.

"Daniel, Señor. El niño que trajimos de su casa para el concurso del niño más travieso", le explicaron, como si el gran Santa fuera ajeno a la llegada de Daniel al gran taller del Polo Norte.

"¿Y en verdad es travieso?", les preguntó Santa.

"El mayor travieso que hayamos conocido", dijeron al unísono todos los de baja estatura.

"¿Más travieso que todos los niños del mundo a los cuales hemos visitado en sus casas y dejado juguetes año con año?", volvió a preguntar el gran Santa.

"Pues no, en verdad. Daniel es como todos los niños del mundo: inquieto, travieso, en búsqueda de aventuras y de conocimiento siempre", comentó el capataz de la línea de muñecas.

"Y si todos los niños son traviesos, ¿cómo es que solo Daniel se presentó a nuestra convocatoria?, ¿no debería haber más niños en esta dirección para lo del concurso?", preguntó extrañado Santa.

 

Para el momento en que se desarrollaba la escena de los ayudantes de Santa reportando la desaparición de Daniel, sus padres ya estaban en camino al Polo Norte. La incertidumbre de no saber nada de Daniel, les hizo poner pies en polvorosa para llegar al terreno más frío del planeta. Los hermanos de Daniel fueron a la casa de sus abuelos a darles la noticia de que sus papás habían emprendido el viaje en búsqueda de Daniel.

No bien se enteraron los abuelos de esto, convocaron a todos en la familia para emprender un plan de acción para apoyar a los papás de Daniel, en el caso de que se requiriera.

 

Santa les dio instrucciones a todos en la casa para buscar a Daniel. Aunque él ya sabía en donde estaba Daniel – dormido por cierto, descansando de la gran caminata -, aún así les exigió la búsqueda por diferentes rumbos de la casa. "Búsquenlo como si fuera el último travieso del planeta", los encrespó.

Los ayudantes de Santa, con sus pequeñas piernas, volaron en diferentes direcciones, dando cumplimiento a las órdenes del gran personaje.

 

En todo el trayecto, los papás de Daniel fueron recordando todas las travesuras que Daniel había efectuado. Una a una las fueron valorando tratando de entender cuales había efectuado de manera dolosa y cuales habían sido producto de su edad. "¿Será necesario corregirlo de manera enérgica?", se preguntaban. "¿Lo estaremos educando bien?", se cuestionaban.

En casa de los abuelos la angustia iba tomando forma. Todos recordaban, con gusto, las travesuras de Daniel, cuando días y semanas antes, se quejaban de las mismas. "Cómo te extrañamos Daniel. Queremos verte haciendo las mismas travesuras de siempre", se decían.

 

El mismo Santa en persona, recibió a los papás de Daniel en su casa. Los hizo pasar y los invitó a una de sus habitaciones en donde les sirvió una gran taza de chocolate caliente. Aunque para los papás de Daniel su única preocupación era el paradero del gran travieso, el estar ante la presencia de Santa les hizo pensar en el gran sueño que todos los seres humanos tienen de conocer a tan famoso personaje. La mamá de Daniel recordó las veces que dejó galletas y leche a Santa durante su infancia. El papá de Daniel recordó aquel balón de futbol que apareció en su árbol de navidad cuando cumplió 10 años. Ambos recordaron la primera navidad que, ya como esposos, pasaron en espera de la llegada de los regalos que el gran Santa les traería, ahora ya como pareja.

Esos pensamientos fueron interrumpidos cuando Santa les dijo: "Daniel está bien. Lo tengo en un lugar descansando".

El padre de Daniel le preguntó porqué no veía más niños en el concurso.

Santa les confesó.

"La convocatoria solo la pudieron ver los ojos de Uds. y los de sus familiares. Fue una convocatoria que solo aplicaba a Daniel. Me interesé mucho en la pregunta que Daniel le hizo a su mamá. ¿La recuerdan?".

"¿Cuál?", preguntaron los dos tratando de recordar las constantes preguntas que hacía Daniel al día.

"Daniel les preguntó si Santa le daba juguetes a los niños traviesos", les aclaró con su gran bigote que se ahora estaba lleno de chocolate.

"Muchos padres utilizan la frase tan trillada, como amenaza, de que yo no les entrego juguetes a  los niños que se portan mal, a los que son traviesos", comenzó a explicar Santa.

"Otros, primos, maestros, tíos, abuelos, etc., también la mencionan para que los niños dejen de hacer travesuras. Los amenazan para que se porten bien. Y me utilizan a mí como pretexto para ello", ya enojado Santa continuó su explicación. Había dejado su semblante bonachón, de alegría y el  jo, jo, jo, para tornar su cara un poco más dura.

"Todos deben entender que los niños, en su afán de aprender, de generar carácter, de desarrollar su personalidad, necesitan mostrarse inquietos ante las cosas que se les van presentando. Algunos se distinguen más que otros, al ser traviesos, porque su proceso de aprendizaje es diferentes al resto de los niños. Quiero decir que, todos los niños son traviesos en mayor o menor medida. Unos más, otros menos, pero finalmente, traviesos por naturaleza".

"Lo que deben hacer los padres con aquellos niños que son más traviesos que los demás, es hacerles ver que existen momentos y situaciones para expresar ese aprendizaje que están experimentado. Y la mejor manera de hacerlo es amarlos y abrazarlos justo en el momento en el que la travesura ha traspasado los límites del bien o del mal. Sólo el amor de los padres y de familiares que los rodean, pueden enseñar a los niños traviesos a identificar que lo que hacen no está bien. No hay nada más enriquecedor y de gran enseñanza, que un beso y un abrazo acompañado de las palabras que recriminen la acción que llevó a la travesura. Tengo tantos años de ver esto que les garantizo su efectividad".

"Si yo dejara de dar regalos a los niños traviesos, nadie los recibirían y yo no existiría. Jo, jo, jo, jo", concluyó su explicación, ya con un semblante que había cambiando con su tradicional carcajada.

"La respuesta para Daniel debería ser: ¡Claro!, ¡Santa les trae regalos a todos los niños, no importando si son traviesos o no!", le dijo a la mamá de Daniel.

 

Dicho lo anterior, solicitó a un enano, el del vestuario multicolor, conducir a los papás de Daniel a un sitio específico en donde aún descansaba Daniel. Al verlo, lo primero que hicieron fue abrazarlo y besarlo como nunca. Daniel no cabía de la emoción al ver a sus papás.

"Mamá, Papá, me perdí en la casa de Santa. Me perdí por andar haciendo travesuras", fue lo primero que salió de la boca de Daniel. "Pero ahora ya estoy con Uds. Les prometo ya no hacer travesuras porque me puedo perder de nuevo. Gracias por venir a buscarme y abrazarme".

La fiesta que se armó cuando Daniel regresó a casa, fue mayúscula. Todos reunidos en casa de los abuelos recibieron a Daniel y celebraron el triunfo de ser considerado, por Santa, como el más travieso de mundo.

Pero Daniel había comprendido que hacer travesuras podía hacerlo perderse, tanto de lugar, como de sus padres, hermanos, tíos y abuelos. Y les dijo: "No soy el más travieso del mundo. El concurso no se efectuó. Y desde ahora, dejaré de hacer travesuras. Voy a jugar como cualquier amigo que tengo, pero ya no desobedeceré a mis papás que tanto me quieren. Ya no seré Daniel, el Travieso. Bueno, nada más tantito".

Todos estallaron en una carcajada por la ocurrencia final del gran Daniel.

Esa Navidad, el árbol de Navidad de la casa de Daniel, tenía un regalo especial para él. Santa le había dejado los juguetes con los que Daniel jugó en su taller cuando lo visitó.

A los padres y familiares de Daniel, el mejor regalo que les dejó Santa fue la fórmula para comprender a un niño travieso.

Daniel, al igual que toda su familia, enseñará esta fórmula para los niños de la familia que vienen. Seguramente, igual o más traviesos que él.

 

Santa si les trae regalos a los traviesos.

 

 

 

 

 

 

 

Víctor M. Rodríguez G.

Diciembre, 2011

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