PORQUÉ NO LE ESCRIBO A MI PADRE

 

Por Víctor M. Rodríguez G.

Has leído con interés mis escritos cada vez que te los comparto. Has leído mis pensamientos sobre mi esposa, mis hijos, mis hermanos, mi Mamá, mis suegros y me imagino que te preguntarás porqué no te he escrito nada a ti. Estoy seguro que tu excesiva tranquilidad, conciencia y prudencia, te impiden hacerme la pregunta.

A una semana de haberse celebrado otro día del padre, fiesta que, sin saber porqué a ciencia cierta,  no tiene la misma tradición y emotividad como el día de la madre, decidí armarme de valor y explicarte porqué no te he escrito nada.

La primera razón está relacionada con una decisión que tomé cuando te vi postrado en tu cama de hospital hace ya algunos años. En aquél entonces, viendo como descansabas en tu cama después de que te habían diagnosticado un infarto por obstrucción de las venas coronarias, me puse a analizar si había sido buen hijo y cuáles serían las cosas que me harían convertir en ese hijo del cual estuvieras orgulloso. Esos pensamientos no me dejaron en los días siguientes que incluyeron aquella operación denominada cateterismo y que vivimos y vimos en vivo en una sala contigua a la de la operación. En una imagen que aún recuerdo con tanta intensidad, por un lado te veíamos en el quirófano, desnudo, templando de frío, con tantos aparatos conectados a tu cuerpo y, por otro, la imagen bidimensional de una pantalla en blanco y negro que emitía la señal de video que mostraba como entraba la tubería que encabezaba una aguja y que había entrado desde tu pierna (la izquierda o la derecha, no recuerdo) hasta el mismo corazón. Vimos como la aguja no pudo penetrar la vena obstruida por la grasa y que esperaba hacerlo para limpiarla y agrandar su diámetro para posteriormente colocar una malla que haría que la vena jamás se colapsara y diera nueva vida a tu corazón. Volteamos a ver a los doctores que nos indicaban que era imposible la remoción de la grasa y, como ejemplo, nos mostraban la imagen de cómo se doblaba la aguja al contacto con el tapón sólido de grasa que impedía el paso de la sangre a tu corazón. Por la explicación tan detallada, podrás entender como me grabé esas imágenes y el sentimiento de incertidumbre que nos embargó en ese momento. "Tú papá va a estar bien. Tendrá un corazón trabajando entre 60 y 70% de su capacidad. Eso no es del todo malo. Deben cuidarlo mucho y vivirá muchos años así", me dijo el doctor una vez que nos entregaba todo el equipo conseguido por Denis, mi hermano, con tanto esfuerzo por el costo que le implicó.

Pues bien, después de tu salida del hospital, me propuse hacer cualquier cosa para que te sintieras orgulloso de mí. Empecé con algo que no genera mucho esfuerzo pero que no sabemos por qué dejamos a un lado los hijos cuando crecemos: decirte lo mucho que te quiero cada día. Así que, desde ese día y hasta la fecha, entenderás esa maña que adquirí de decirte "Te quiero Papá". Y también notarás que lo hago siempre acompañado de un abrazo que me aproxima a ti, como tratando de recuperar todos los abrazos que no te di durante mi infancia, mi adolescencia y ahora en mi madurez. Esa acción no creo que te haga sentir orgulloso de mí, pero si me hace sentir a mi orgulloso del padre que tengo.

Y como esa acción no se puede describir con palabras, por eso no las escribo.

 Una razón adicional es el maravilloso tiempo que paso a tu lado cuando te visito. Si no lo hiciera, estoy seguro que te escribiría más a menudo. Pero esos ratos en los que me cuentas cosas que no sabía de ti, me llenan un espacio que no sabía que existía. He decidido escucharte. Cuando te visito, he decidido escucharte y solamente  oírte. He notado como tu voz ha venido cambiando con el tiempo. Tu tono de voz ya no es tan autoritaria como lo fue durante mi juventud. Recuerdo aquella voz que me intimidaba y que expresaba una autoridad que solo los padres con sentido de mando pueden tener. Ahora, tu voz es más pausada, más relajada y que representa a un ser humano más sabio y conmovido por los eventos de la vida. Te escucho y aprendo. Me gusta cuando me hablas de tus responsabilidades que tuviste en aquella planta que tanto tiempo nos quitó de tenerte. Me gusta cuando me hablas de tus tíos y tías, de tus primos de Monterrey, de tus viajes en el tren a Agua Buena, de Tampico, de aquel Tampico que viviste y que ya no es lo mismo ahora pero que lo explicas como si las calles y las construcciones del centro de la ciudad estuvieran en tu mente pegadas como una foto permanente. Todo eso lo escucho y me lo imagino. Quisiera tener el poder de regresar el tiempo y ser tu amigo de parranda cuando eras niño, de cuando eras joven, de cuando trabajabas en esa planta. Te escucho y me transporto. Te escucho y te admiro. Me interesa mucho tu punto de vista sobre los deportes y la política. Tu apasionada plática sobre tus famosas Chivas y la espera agónica por verlas algún día campeonas nuevamente, me emociona casi igual que tú con tu plática. El gusto por la política la adquirí de mi Abuelo y tú has podido mantener la llama que vive en mí a través de tu plática política. Eres el único que conozco que lee la nota editorial del periódico y me motivas a leerla cada vez que te visito. Me guardas las notas que sabes serán de mi interés. Te escucho y te quiero más. Esos momentos los disfruto mucho.

Y no te escribo porque trato de acompañarte a donde vayas. Por eso, no me pesa acompañarte a tus citas médicas. Me interesa saber cómo evolucionas, como llevas tu edad madura y aprendo la disciplina que llevas para tu agenda, tus exámenes, tus medicinas y sus porciones. Me gusta acompañarte porque me compartes cosas que yo jamás pensaría vivirlas. El ver cómo te mueves en esa burocracia tan marcada que es la asistencia social que tenemos en el país, me hacen aprender de un mundo que no conozco y que me hacen tocar tierra cada vez que te acompaño a tus citas. Me explicas todos los procedimientos, las oficinas, lo modales para hablarles a las personas de la burocracia, la forma de dirigirte a los doctores. Todo eso lo haces y me siento niño, porque me lo enseñas como si en realidad lo fuera. Y me gusta. Me gusta que me expliques que hacer, cómo hacerlo, cómo moverte en tantas mesas de consulta y gente que no le interesa darte el servicio. Y aprendo. Quizá nunca lo necesite, pero ya estoy preparado gracias a tus explicaciones y enseñanzas.

Por último, la razón más importante. No te escribo porque no me dejan las lágrimas.

He dejado ya hace tiempo de escribir a mano. Casi ya no lo hago. Empleo la computadora para hacerlo. Si escribiera a mano esta carta, estaría seguro que la tinta se hubiera corrido muchas veces. Las lágrimas me impedirían hacer un trabajo aseado. En la computadora, las molestias van en el orden de no ver la pantalla y que las letras brinquen casi al mismo tiempo que el ritmo de mi corazón embargado por la emoción de lo que te escribo. Y las lágrimas no me dejan. Me retan a continuar el escrito y me acompañan en cada frase. Esas lágrimas son por la emoción que me envuelve al trasladar los sentimientos en palabras y por todo lo que siento y significas por mí.  No te escribo porque no me dejan las lágrimas.

Por eso, no te escribo. Prefiero vivir cada momento que paso contigo para seguir aprendiendo de ti.

No sé si algún día te haga sentir orgulloso. Pero en este día del Padre, te quiero decir lo orgulloso que estoy yo de ti. Representas mucho de lo que soy y seguiré siendo. Estoy seguro que mi vida no sería como lo es sin el empujón que me diste cuando era niño, cuando era joven. Ese empujón aún mantiene mi vida en el camino adecuado y, el impulso que lo acompaña, seguirá por muchos años más.

 

Te quiero Papá. Feliz Día del Padre.

Tu hijo, Manolo.

 

 

 

 

 

 

Junio, 2012

Comentarios