9 Días que me marcaron, Desenlace

 

 

Desenlace

En el rol que teníamos todos para cuidar a mi Madre, el horario de la mañana me tocaba a mí. Tal y como lo había hecho cuando mi Padre tuvo su infarto una década atrás y lo mismo con mi hermano a quien le dio una embolia cerebral durante el 2008, me asignaban llegar entre las 5:30 y las 6:30 de la mañana para pasar algunas horas en el cuidado de los enfermos. Durante ese turno se acostumbra a que los doctores responsables de los cuidados de los enfermos, visiten a temprana hora a sus pacientes. Por esa razón y por simple cuestión de suerte, las instrucciones, estrategias, remedios y demás temas que comunican los doctores a los familiares de los enfermos, me tocaban a mí. Para el caso de mi Madre, no fue la excepción.

 

Antes de partir un día antes del hospital, platiqué con mi hermano cuya responsabilidad recaía en el turno nocturno –el más pesado, desde mi punto de vista –. En esta ocasión, a diferencia de las otras, me pidió que no llegara tan temprano: "Para que te despiertas tan temprano. Mejor llega como a las 7 u 8 de la mañana y así no tienes que levantarte tan temprano", me aconsejó a sabiendas que estaría de cena con mi esposa por lo de su cumpleaños.

 

Durante el trayecto a la casa para la cita con mi esposa, pensé en hacerle caso a mi hermano. Iría a cenar con mi esposa, probablemente me desvelaría pero me levantaría una o dos horas más tarde de lo habitual. Ese fue el pensamiento.

 

El día 15 de Febrero del 2013, aún cuando había planeado dormir un poco más, no lo hice. Algo me sobresaltó y me desperté como de costumbre, inclusive, un poco más temprano de lo normal. Realicé mi rutina que tantas veces he seguido y, contrario a otras ocasiones, mi esposa se levantó conmigo para hacerme el desayuno. Eran alrededor de las 5 de la mañana cuando estábamos platicando sobre la condición de mi Madre. Era ese, el mejor momento del día, para actualizar a mi esposa de todo lo acontecido un día antes en el hospital. Siendo las 5:20 de la mañana, decidí emprender el camino al hospital. Sabía que vendría un regaño por parte de mi hermano pero aún así, manejé hasta el lugar.

 

Tal y como lo había previsto, mi hermano me regañó por no seguir sus indicaciones. Mi Madre había pasado una noche algo inquieta y encontré a mi hermano, junto con un enfermero, aseando y cambiando de posición en la cama a mi Madre. Se requería de dos personas para hacer esos movimientos. Pronto mi hermano me explicó las vicisitudes que había vivido, especialmente en la madrugada. Como era costumbre, existía un proceso de "entrega-recepción" de turno en donde nos pasábamos los puntos que se habían tenido durante el turno y lo que se había escrito en la bitácora. En punto de las 6:45 am, mi hermano abandonó el cuarto de hospital de mi Madre.

 

Como si fuera una premonición, mi hermano escribiría esa noche en la Bitácora del Amor, lo siguiente: "Ya no hay hojas". Cuando a mi hermana se le ocurrió el registrar todos los incidentes relacionados con los acontecimientos y eventos de los cuidados de mi Madre, obtuvo una serie de hojas de papel conocidas como de reciclaje: aquellas que ya han sido previamente utilizadas por alguno de sus lados o que alguien decidió que no podían ser empleadas por algún defecto. Pues bien, tomó una cantidad sin determinar de esas hojas y las engrapó. Para este día, las hojas habían sido completamente utilizadas para registrar acontecimientos. Se necesitarían más hojas para el caso de que mi Madre continuara hospitalizada.

 

La lectura de la bitácora me llevó solo algunos minutos. La había leído con detenimiento la noche anterior así que solo me faltaba lo escrito por mi hermano durante su turno. Así que procedí a mi rutina que ya había definido realizar cuando me tocaban los cuidados de mi Madre. Primeramente, me interesaba que su temperatura corporal estuviera bien. En el caso de sudoración, procedía inmediatamente a retirar las cobijas, principalmente del área de las piernas. Ese día lo hice. Posteriormente, revisaba que la mascarilla de oxígeno estuviera bien colocada y que la liga que la sostenía, no estuviera tan apretada a su cara que pudiera lastimarla. Ajuste la liga. Observé que mi hermano y el enfermero habían colocado la cabeza de mi Madre en una posición que no le favorecía para su respiración. Traté de acomodarla y note algo extraño. Si bien mi Madre había permanecido tantos días en estado de coma, aspectos como el cuello y la cabeza, era algo que sostenía perfectamente, no así los brazos o piernas. En esta ocasión, percibí que no pudo sostener la cabeza. Antes, al ver la posición en la que estaba, pensé varias maldiciones porque ni mi hermano, ni el enfermero, habían notado la forma en que estaba su cabeza.

 

Terminando esas actividades, procedí a platicar con mi Madre. En días anteriores, mientras me encontraba ya solo con ella, me gustaba acercarme a su oído y darle palabras de aliento. También era común que le gritara materialmente en el oído: "¡Susana González!. ¡Susana González, ya despierta!", le gritaba con insistencia tratando de comprobar aquella hipótesis que plantea que el oído es el único sentido que permanece alerta cuando se está en un estado de coma. "¡Susana González, vamos de viaje! Ya traje la camioneta para irnos de viaje", tratando de recordarle lo mucho que le emocionaban los viajes por carretera. Esas y otras eran frases que le gritaba en sus pobres oídos. Quería que reaccionara. Ese día, el 15 de Febrero del 2013, esas palabras no fueron gritos, ni fueron con la intención de esperar una reacción. Mis palabras fueron dulces, de amor, de consentimiento.

 

"Madre: no tienes nada de qué preocuparte. Todos estamos bien y estaremos bien en el futuro. Si estás preocupada por algo, deja de hacerlo. Nosotros somos fuertes y estaremos bien. No tienes nada de qué preocuparte".

Por primera vez desde que internamos a mi Madre, cruzaba por mi mente la posibilidad de su paetida.

 Limpié su frente que la tenía escarchada de sudor. Su temperatura corporal era alta. Le besé la frente una y otra vez. En eso estaba cuando, su respiración que había sido constante, fuerte, de dolor, por más de nueve días, comenzó a ser lenta. Lenta. Muy lenta.

 

"No te preocupes por nada. Todo estará bien. Todos estaremos bien. Ve con Dios", le alcancé a susurrar en el oído. Un respiro. Luego nada. Otro respiro. Silencio.

 

Por un momento pensé en llamar a las enfermeras y que iniciaran los procedimientos de resucitación. Lo pensé y me detuve. Más besos en su frente. "Te quiero Mamá. Te quiero. Tranquila. Todo va estar bien. Te Amo". Otro suspiro, más intenso. Luego nada.

 

Su temperatura corporal bajó considerablemente. Su cuerpo hinchado por varios días, ahora reflejaba su verdadero rostro. Le marco al celular de mi hermano que minutos antes había dejado el hospital. No contesta. Vuelvo a marcar. Finalmente me contesta. Le comento que se regrese. Vuelvo al lado de mi Madre. Su rostro era como el de siempre. Bello. Sin la parálisis facial que le había provocado la embolia. Su rostro era otro. No respira. Le vuelvo a besar la frente. No quiero separarme de ella. Con enojo, le retiro la mascarilla del oxígeno que tanto coraje me provocó a lo largo de tantos días. Esa mascarilla hacía que mi Madre emitiera sonidos muy grotescos cada vez que respiraba. Había aprendido a odiar a esa mascarilla y los sonidos que de ahí salían. Las ligas de la mascarilla le marcaban sus mejillas. Pero aún con eso, su rostro era diferente en esos momentos.

 

Entra mi hermano como tromba y toma el otro lado de la cama. No me retira del lado que ocupaba. Se acerca a ella y comprueba que no respira. Sale corriendo por las enfermeras. Me regaña por no haberlo hecho yo. Se acerca nuevamente a su lado. Por increíble que parezca, mi Madre vuelve a respirar. Fuerte. Una sola vez. Mi hermano se acerca a ella. Fue su último respiro. Son las 6:52 am. Ha muerto mi Madre.

 

Llegan las enfermeras con todos los aparatos de resucitación. Una de ellas le toma el pulso y observa el cuadro. Nada se podía hacer ya. Mi Madre ha muerto, clínicamente la declaraban muerta.

 

Mi primer pensamiento fue mi Padre. Tenía que comunicar la noticia. Marqué al celular de mi hermana que ya se prestaba a cubrir el siguiente turno. Le di la noticia. Ella se encargaría de decírselo a mi Padre. No atinaba a pensar como lo tomaría. Su novia, su esposa, su cómplice, su pareja por casi 50 años, se había ido. Me puse en su lugar. Traté de llorar pero no pude. Las enfermeras habían tomado posesión del cuarto en donde mi Madre pasó sus últimos días. Nos pidieron desalojarlo para realizar sus procedimientos. Salí a un pasillo. Una persona que cuidaba a otro paciente en el mismo cuarto que alojaba a tres pacientes diferentes, se acercó a mí y lloró a mi lado. No entendía bien ese acto. Cuando se calmó, finalmente me habló. Me confió que su Madre había muerto cinco años atrás y que aún la recordaba. De ahí las lágrimas. Su emoción me llegó también a mí. Quise llorar y no pude. Simplemente observé a esa persona llorar y no atiné a decirle nada.

 

Volví a mi celular para llamar a más familiares. A mis tíos. Ya estaba solo. Mi hermano que me acompañaba, necesitaba ir a su casa después de haber velado toda la noche a mi Madre. Así que me quedaba solo. Esperaba la llegada del resto de la familia. De mi Padre. Quería verlo, abrazarlo. Pensaba que estaría deshecho.

 

A las 8:00 am, mi Madre ya estaba lista para que se fuera con nosotros. Su rostro era como el de siempre. Se veía tan tranquila, sin ningún rastro de parálisis en su rostro. Todos los tubos, jeringas, vendajes, almohadas, le fueron retiradas y solo su cuerpo estaba bien cobijado en esa cama que nunca olvidaré. Parecía que estaba descansando, tomando su siesta que tanto le gustaba cuando joven.

 

Mis hermanos llegaron y el duelo comenzó. A cual más, el dolor los invadió y las muestras de cariño para mi Madre no se hicieron esperar. Siendo una familia que recurre mucho al contacto físico para expresar su cariño, no fue extraño que cada uno de los miembros de la familia hiciera contacto físico con mi Madre. Los besos proliferaron en el rostro de mi Madre. Fue una persona muy querida en vida y su último día no sería la excepción.

 

El ver a todos mis hermanos alrededor de la cama de mi Madre en silencio, con los ojos puestos en el rostro de ella y sus pensamientos en los más vívidos recuerdos que tuvieron cada uno de ellos con ella, es una imagen que siempre recordaré. Uno a uno pude ver como se iban del lugar a través de sus pensamientos pero estando a un costado de la cama de hospital, viendo a mi Madre en sus últimos momentos terrenales. ´

 

Mi Padre no aparecía. Prefirió esperar unos minutos más en casa. Necesitaba verlo para estar con él. Llegó al hospital justo cuando a mi Madre la colocaban en la capilla del hospital, en espera de su traslado a donde nosotros indicáramos. Lo vi caminar con ese caminar que tantas veces le he puesto atención. Venía recién bañado, rasurado perfectamente. En lugar de color negro, había escogido una camisa blanca, reluciente. Lo abracé con fuerza. Simplemente me vio a los ojos y caminó al encuentro de la última mirada de su pareja.

 

Mi esposa me pregunta por qué me acuerdo de tantos detalles. En realidad no lo sé. Pero estos días en realidad me marcaron. Entiendo que estos recuerdos poco a poco irán desapareciendo. Por esa razón, he procurado escribir todos los recuerdos ahora que están frescos. Algún día regresaré a estos escritos sobre todo cuando la memoria me esté jugando trucos y los recuerdos se estén extinguiendo.

 

Madre: los últimos días de tu vida no esperé que los vivieras así. Pero algo bueno salió de todo esto: nos uniste aún más a mis hermanos, a mi Padre, a tus hermanos, a todos los que te conocían. A partir de estos 9 días, la unión que tenemos es diferente. Más sentida, más cariñosa. Todos nos ven como una familia ejemplar. Gracias a ti que, aunque no pudiste vernos directamente a los ojos, o no nos pudiste hablar antes de tu partida, nos uniste con la presencia de tu alma y nos convertiste en seres humanos diferentes, más sensibles, más cercanos a Dios y, sobre todo, más alegremente unidos.

 

 

 

Víctor M. Rodríguez G.

 

Febrero, 2014

Comentarios

r.a.m. ha dicho que…
Por Dios! Que escrito más profundo y maravilloso.
Me tocaste el alma mi Víctor.
Un abrazo fraternal.