El Ladrón y la Virgen María



Las Historias de mi Mamá


Por Víctor M. Rodríguez G.

 

Podrán imaginarse la cantidad de historias que pude haber escuchado de mi Madre en los más de 25 años en los que impartió Catecismo en casa. Y las llamo historias porque mi Madre solía "darle su toque personal" a las citas bíblicas que impartía en su clase. Sabedora de la inquietud de los niños y con la finalidad de mantenerlos quietos durante la hora u hora y media de clase, mi Madre solía "tropicalizar" los pasajes bíblicos con el objetivo de mantener la atención de los niños en la etapa de preparación para su primera comunión.


Una de esas historias, la llevo conmigo todos los días. No existe día en el que no haga mi rutina matutina, basada en esta historia.

Mi Madre les pedía a los niños estudiantes: "Encomiéndate a Dios todos los días" y lo reforzaba con esta historia.


"Existía un persona que la vida no le había sonreído del todo, al grado que tomó la decisión de emprender un camino erróneo: el de hacerse de las cosas ajenas. Pero tanta era su mala suerte, que hasta de ladrón se moría de hambre.


Todas las noches llegaba a la pocilga que le servía de casa y se recostaba en la vieja cama que solo tenía un par de cobijas todas roídas sobre un viejo colchón enmohecido por la humedad. Su cuarto no contaba más que con esa cama, las cuatro paredes, un techo con goteras y un foco que medio iluminaba la fría escena de una persona que no había tenido suerte en la vida.


Un aspecto relevante en esa habitación lo enmarcaba una imagen de la Virgen María que el ladrón había recortado de un periódico callejero. Con suma delicadeza, el ladrón había recortado la imagen de la Virgen de un periódico que se le había atravesado en su camino. Un pedazo de chicle ya masticado fue el pegamento que utilizó para colocar a la Virgen, justo en la parte derecha de su cama, de manera que la pudiera observar cuando se recostaba o se levantaba.


Todos los días, antes de levantarse a buscar su sustento, aquel ladrón le daba un golpe, con el puño cerrado, a la imagen de la Virgen. "Discúlpame Madre Mía, pero es que no se rezar", le decía el ladrón a la imagen. Pasaban los días y la rutina de golpear a la imagen de la Virgen, se había convertido en la forma de encomendarse a Ella, antes de cualquier tarea.


El ladrón pasaba hambre de manera que, el día menos pensado, cayó enfermo y ya no pudo levantarse de su cama. Las fuerzas se le iban de su cuerpo y lo único que alcanzaba a percibir era la imagen de la Virgen María. En un determinado momento, cerró los ojos y falleció.


Llegando a las puertas del cielo, el ladrón estaba convencido de que su condena sería la de ir al infierno. Nada bueno había hecho en la vida. Al contrario, había cometido muchos delitos que pudieran determinarse como pecados. Un ángel lo recibió a las puertas del cielo y le pidió que lo siguiera. Grande fue su sorpresa al presentarse ante la mismísima Virgen María. "Te has ganado el Cielo. He intercedido por ti, aún cuando obraste mal en la vida. Pero el hecho de que me hicieras cariños todos los días, antes de cualquier actividad, me conmovió para considerarte como un hombre que, en el fondo, tiene buen corazón y que merece una nueva oportunidad."

 

Mi Madre cerraba su relato, explicándoles a los niños que no es necesario conocer una oración para ponerse a rezar y así encomendarse a Dios. Bastaba el hecho de hablarle a Dios, con las mismas palabras con las que se expresa el amor a los Padres o los hermanos o hermanas, para que Él comprendería que nuestro día se lo dedicábamos a su obra.

 

Todas las mañanas, mi rutina inicia con encomendarme a Dios y a la Virgen María. Mientras lo hago, en mi mente está esta historia que escuché varias veces de la boca de mi Madre. Ella no me veía desde donde impartía sus clases, pero yo la observaba desde mi cuarto viendo como, cada año, con cada grupo de niños en edad para su primera comunión, ella cambiaba sus relatos con tal de llegarles al corazón y la mente de esos inquietos niños.

 

Son historias de mi Mamá que solo me encargo de escribirlas.

 

 

 

 

Noviembre, 2015

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